Primero, formación; luego, innovación.


Fijaos en la imagen. ¿Os parece que la ropa está colocada de una manera «innovadora» o más bien desordenada? ¿Os transmite la mujer agrado por la situación o al contrario? ¿Parece que ha encontrado lo que busca? Pues bien, hablando con un editor hace poco, surgió en la conversación un detalle que me parece muy significativo y por eso he creído de utilidad compartirlo. Y esta fotografía lo expresa de una forma muy gráfica, ahora lo entenderéis. Cito:

Lo que no comprendo y sigo sin comprender, es por qué los autores noveles se complican la vida innecesariamente haciendo cosas extrañas. Si no controlan las reglas básicas de escritura, se ve a simple vista, ¿por qué creen que, aparte de su evidente falta de conocimientos, salirse aún más de la norma con «innovaciones» va a ayudarles a publicar? Sin formación, van a ser consideradas una carencia más. No suman; restan a la hora de plantearse la publicación.

Pienso que más claro no puede ser. Escribir literatura exige un aprendizaje, como cualquier otra rama del arte. Y no importa la justificación que le déis si vuestra obra, por sí misma, no demuestra que lo tenéis; al igual que nadie está presente para explicarnos la fotografía —y, por tanto, es la impresión que nos da la que cuenta—, tampoco lo estaréis en el momento en el que el departamento de lectura, cuya primera aproximación a un texto suele ser tan fugaz como observar una imagen, valore el texto y se forme una opinión. Así que, sí, efectivamente: primero, formación; luego, innovación.