Dice Harari que, debido a los avances tecnológicos, gran parte de la población podría verse no ya en una situación de esclavitud, sino de irrelevancia para el mercado, es decir, ser considerada prescindible, o peor, un lastre en el progreso del liberalismo económico más despiadado.
Resulta obvio que, si cada uno de nosotros solo pensamos y actuamos por lucro personal, estaremos acrecentando y favoreciendo esta posibilidad. Y aunque luego podamos lamentarnos por sus consecuencias, quizá sea tarde. Debemos pues tomar conciencia de cómo encaramos y nos comportamos en el mundo, asumir cada uno su responsabilidad en ello y ser consecuentes. Si deseamos alcanzar la felicidad, debemos procurar fomentarla a nuestro alrededor, proteger tanto el bienestar propio como el del entorno; si vivimos rodeados de problemas, desgracias y desconsuelo ―aunque sean ajenos―, antes o después, acabarán por afectarnos.
De ahí que coincida plenamente con Ricard, no por cuestiones morales, religiosas o éticas, sino porque buscar el bien común es lo mejor para uno mismo desde un punto de vista pragmático, incluso por mero egoísmo. Debemos defenderlo y potenciarlo si deseamos que, los cambios próximos y venideros, conduzcan a la humanidad a una época de plenitud en vez de desesperanza. ¡La elección está en nuestras manos!