En principio iba a contestar en un correo privado como el que recibí, agradeciendo tan bonitas palabras y consideración, pero pensé que podría ser interesante —para complementar la otra entrada— añadir otro detalle significativo, estrechamente relacionado con la causa por la que considero importante compartir experiencias. En primer lugar, porque además de escritor, soy lector, y me gusta disfrutar de buenas historias. Si puedo aportar mi pequeño granito de arena para ayudar a que así sea, ¡es genial!
Y en segundo, porque ciertamente pienso que los escritores, a nivel profesional, trabajamos todavía como en el siglo XIX, en medio de la Segunda Revolución Industrial, y esto es debido en gran parte al individualismo que gira en torno a este sector y a la escasa o nula concienciación del trabajo como tal, de lo que los primeros culpables somos los autores como colectivo profesional. Me explico. En cualquier otro sector, incluso en otras ramas del arte, existe un precio establecido por un producto o un trabajo realizado, o al menos unas tarifas mínimas consensuadas. Sin embargo, en el caso de una obra literaria, éste es el talón de Aquiles más incipiente. A menos que se tenga agente literario, todo depende de lo que el escritor sea capaz de negociar, obra por obra, contrato por contrato. Y aquí entra en juego un aspecto que no se suele considerar pero que es tan importante como el creativo: el empresarial.
Es necesario saber que, una vez que se termina una obra, ya no se es autor, se es empresario; se tiene un producto para vender y, si queremos obtener un buen resultado, no podemos hacerlo de cualquier manera. Lo mejor (y más difícil de conseguir, sé lo que cuesta) es no tener prisa, esperar a recibir la mejor oferta. Sin embargo, suele ser frecuente que la paciencia y la conciencia empresarial lleguen con los años y las oportunidades perdidas, y no al principio, lo que evitaría un doloroso aprendizaje.
Aunque pueda resultar paradójico, es precisamente esta ansia por publicar cuanto antes lo que hace más difícil el camino, y también mantenerse en él. La consecuencia más inmediata y lesiva de dejarse llevar por ella es que el valor del producto literario puede devaluarse: primero porque la edición acordada puede estar por debajo del potencial de la obra e influir negativamente en la proyección del autor; y segundo, porque el mejor escenario laboral no es aquel en el que hay una oferta desmedida de trabajadores dispuestos a firmar cualquier tipo de contrato, sino en el que se exige condiciones. Actuando impulsivamente se produce un doble perjuicio para el escritor, tanto individual como colectivo.
Así pues, tras cinco años de ensayos, aciertos y errores, una de las más importantes conclusiones a la que llegué es que no lo es todo formarse como escritor, ni tampoco tener buenas historias que contar. Como es lógico, es una base necesaria de la que partir, pero no asegura nada si luego como empresarios somos un desastre.
Evidentemente, lo que un escritor con su primera obra pueda obtener no es parejo a lo que un autor consagrado, pero no todo gira en torno a los anticipos. El número de ejemplares que se van a imprimir en la primera tirada; las traducciones; las subvenciones a las que se va a presentar; las regiones, principales cadenas de liberías y países en los que se va a comercializar... son también puntos muy importantes a negociar y tener en cuenta porque nos darán una idea de la proyección y expectativas de venta de la editorial para la obra. Cuanto mayor sea la inversión, más posibilidades de venta, tanto por la visibilidad como por el interés por parte de la editorial de recuperar el capital invertido.
Hay que ser consciente en este punto de que un contrato no vende libros, lo que lo hace son las condiciones bajo las cuales se firma. Pensad en ello antes de firmar. Y no os preocupéis. Si la obra está escrita correctamente, es realmente buena y contactáis con editoriales donde pueda encajar en su catálogo, tendréis más de una propuesta de edición (aunque también algunas negativas, es inevitable). Eso sí, las mejores ofertas pueden tardar en llegar, tal vez un año o más, dependiendo del tamaño de la editorial. Esto tiene su razón de ser porque el manuscrito pasa por muchas manos y es evaluado desde diferentes puntos de vista, así que cuanto mayor sea la aspiración, más dosis de paciencia. Cuanto menor, más espíritu empresarial.